marzo 25, 2012

Albert Einstein: Un Hombre de su Tiempo (Parte I)
Adaptado del Libro Albert Einstein: Vida, Obra y Filosofía de Jacques Merleau Ponty

El pasado 14 de marzo se cumplió el 137 aniversario del nacimiento del mas grande genio del siglo XX, Albert Einstein y Premio Nobel de Física de 1921. Aquí un recuento de los hechos de su vida en toda su amplitud a manera de homenaje, que será presentado en varios capítulos. Iniciamos:

Su Infancia y adolescencia
Actualmente, ya no existe en la ciudad de Ulm la casa donde nació Albert Einstein, el 14 de Marzo de 1879; fue destruida por los bombardeos durante la segunda guerra mundial. La donde nació calle lleva su nombre; lo había recibido en tiempos de la República de Weimar; cambio de nombre cuando gobernada Hitler, tomando el nombre de Fitche; sin embargo, recupero el nombre nuevamente cuando aún vivía y terminado el tercer Reich.

Su padre Hermann y su madre Pauline (cuyo apellido de soltera era Koch) Einstein pertenecían a una burguesía de comerciantes judíos, establecida desde hacia largo tiempo en Suabia, provincia bastante remota de la Alemania prusiana (el gobierno de Wurtemberg había sido incorporado al imperio en 1871). Según un amigo de Einstein, Philipp Frank, él conservaba algunos de sus orígenes suabos, sobre todo algunos giros y entonaciones familiares.

Albert era el primer hijo de Hermann, que tenia treinta y dos años cuando nació, y de Pauline, que tenia veintisiete. Llevaban casados tres años. Hermann es descrito como un hombre tranquilo, cultivado, bastante indiferente en materia de religión, gran lector de Schiller y de Heine; dirigía un comercio de colchones de plumas de Ulm, donde hubiera seguido de no ser por la ambición de su hermano menor, Jakob, un emprendedor ingeniero que lo convenció de asociarse con él para fundar en Munich un negocio de distribución de agua y gas. Así pues, la familia Einstein abandono Ulm para instalarse en Munich el verano de 1880; el negocio fue bien y unos años más tarde los dos hermanos montaron una fábrica de material eléctrico para equipar a los ayuntamientos que estaban electrificando sus municipios. El padre de Pauline participo en la financiación de la empresa. Los hermanos compraron juntos una casa en las afueras de la ciudad y se instalaron en ella en 1885.

Albert tenía entonces seis años. Su hermana María, a quien llamaban Maja, había nacido en 1881 el tiempo no conseguiría apagar su amistad infantil, a veces acompañada por enfados mutuos, pero quizás consolidada por algunos rasgos de carácter parecidos - una cierta ingenuidad a su gusto por el humor cínico – que observaron quienes les vieron juntos.

Los pocos hechos que recuerda la historia de la primera infancia de Einstein no tienen nada de  especial, nació con una cabeza grande, demasiado grande según su abuela; hablo un poco tarde pero lo hizo con ahínco; tenia bruscas rabietas que a veces sufría Maja. Pero, en general, le gustaba jugar solo y tranquilo, construyendo castillos de naipes con mucho cuidado y paciencia. Según un recuerdo ciertamente significativo, pues es el propio Einstein quien lo cuenta, sesenta y cinco años más tarde, en su gran autobiografía científica, a los cinco anos vivió la experiencia de la admiración que sentimos cuando un suceso cambia nuestro concepto habitual de las cosas: su padre le enseño una brújula y él se sorprendió que la aguja se orientaba sin que nadie le obligara a ello.

A los seis años, Albert entro a la escuela pública, la Volksschule, donde el catecismo católico formaba parte de la enseñanza;  un pariente de la familia fue el encargado de instruirle en la religión judía. Si bien fue un alumno aplicado, se dice un tanto lento, sus calificativos fueron buenos, sobretodo en cálculo.

Fue en casa donde comenzó la educación musical de Albert, pues su madre Pauline era pianista, como sería su hermana Maja, y Albert fue violinista; lo que el mismo dijo de su aprendizaje es muy típico: el canto de la música acabaría, muchos años después, por triunfar sobre el horror que le producía el mecanismo de la disciplina. En efecto, nunca soporto, en ningún terreno, otras reglas que no fueran las impuestas por el mismo; al menos en el caso de la música, el triunfo del arte fue total y duradero. Einstein no abandonaría hasta muy tarde la práctica del violín y de la música de cámara; fue para el una fuente permanente de felicidad, dando a algunas de sus amistades un matiz especialmente afectivo, en particular con la reina Elisabeth de Bélgica.

El hecho de vivir la música más como interprete que como oyente explica, tal vez, lo limitado de sus gustos en ese terreno: solo los grandes maestros del siglo de las Luces, Bach y sobretodo Mozart, le satisfacían plenamente (había aprendido, maravillado, las sonatas de Mozart a los trece anos). En su edad madura explico su gusto por los grandes compositores del s.XIX: Schubert, Schumann, Mendelssohn, Brahms, siempre matizados comentarios sobre Strauss y Debussy, acompañados de ciertas reservas que también aplicaba a Bethoven, que le parecía demasiado dramático y personal. Su aversión por la violencia wagneriana no tenía un origen solamente estético; en conjunto, la música moderna no le atraía demasiado. Tal vez ello fuera una expresión, entre otras, de su profundo clasicismo, que sorprende especialmente en este prodigioso innovador.

Si volvemos a Munich el año 1888, encontraremos a Albert en el Luitpold Gymnasium – equivalente a un instituto – que frecuentara hasta 1895 para abandonarlo en circunstancias anormales. Durante este periodo aparecen algunos rasgos que definen una personalidad tan bien afirmada que es difícil imaginar que pudiera emprender otro destino. Enseguida aparece como un alumno muy bueno, que no tarda en destacar ampliamente sobre todos sus condiscípulos en matemáticas, pero es menos brillante en las disciplinas literarias (excelente en latín, algo menos en griego y lenguas vivas). Pero este buen alumno no llega a ser un alumno como es debido, parece tener una forma de participar en clase sin estar allí, de someterse a la autoridad pareciendo que se burla de ella; desconcierta a sus profesores.

Cuando llega el momento que se plantea abandonar el centro, su profesor de griego le aconsejara irse; Einstein objeta que no tiene nada que reprocharse, a lo que el profesor le responde que su sola presencia en clase echa por tierra su autoridad – al menos, esto es lo que cuenta el propio Einstein, a quien, según Abraham Pais , en su edad madura le gustaba contar esta anécdota.

Einstein convencería después a todos sus biógrafos de que este tira y afloja se producía esencialmente debido al enfrentamiento entre, por un lado, una personalidad especialmente rebelde a toda disciplina impuesta y a toda mecanización del comportamiento y, por el otro, el espíritu dominante del sistema educativo alemán de aquella época: autoridad, jerarquía, automatismo del aprendizaje y aprendizaje del automatismo; tales eran los elementos del sistema, al menos es así como Einstein los vio y describió siempre, oponiéndose sistemáticamente a ellos cada vez que se hablaba de educación y enseñanza. Hay que añadir que Einstein siempre manifestó una aversión instintiva hacia la violencia y la brutalidad, lo que probablemente también contribuyo a apartarle de las paradas militares tan en boga en la Alemania de Bismark. A pesar de todo, algunos maestros supieron atraerle y hacerle sensible a la literatura.

No hay casi testimonios sobre las relaciones de Einstein como sus compañeros de liceo; ninguna de las amistades solidas y duraderas que lo acompañaron a lo largo de toda su vida se remonta a esta época; aparentemente no se relacionaba mucho, sin que tampoco quede rastro de ninguna hostilidad hacia él.

No cabe duda de que fue en su familia, más que en el liceo, donde se formo la personalidad de Einstein y se completo su construcción; el medio indudablemente estable desde el punto de vista afectivo, resultaba ciertamente enriquecedor en materia de cultura. Sin haber sido alentado por los suyos, a los diez anos dio pruebas de un gran celo religioso, imponiéndose la observancia estricta de un ritual y llegando a componer cánticos a la gloria del señor. Este episodio piadoso duro poco, pero siempre lo recordaría, reservando para el un lugar significativo en su autobiografía.

En cualquier caso, ya aparecía esa tensión del pensamiento que va mas allá de lo fácil, de lo familiar, de lo cercano – que no disminuiría nunca.

Muy pronto, cuando este pensador tan precoz tenia doce anos, la curiosidad científica paso a ocupar para siempre el lugar de las exigencias religiosas; le produjo incluso “un acceso fanático de libre pensamiento asociado a la impresión de que el estado engaña, a sabiendas, a la juventud; - una impresión abrumadora”.

En el dominio de la ciencia, el propio medio familiar le proporcionaba tanto los alicientes como las ocasiones propicias; el tío de Einstein, Jakob era un científico que no dudaba en estimular su curiosidad. Un estudiante de medicina polaco, a quién los Einstein acogían regularmente en su mesa, Max Talmud, que más tarde se llamaría Max Talmey, se encargo de poner a Albert al corriente de los grandes problemas y debates científicos de la época, le hizo leer Fuerza y Materia de Büchner, Kosmos de Alexander Von Humbolt y los cinco o seis volúmenes de una reputada colección de divulgación científica; llego incluso a iniciarle en la Crítica de la Razón Pura.  Más aún animado por el Tío Jakob, Albert repetía con trece años la proeza de Pascal leyendo de cabo a rabo un tratado de geometría; experiencia inolvidable y sin duda decisiva, propia de un milagro: el dominio del pensamiento sobre sus objetos.

Sin embargo, tras un prometedor comienzo, el negocio de los hermanos Einstein empezó a decaer, probablemente debido a la llegada de grandes empresas nacionales en plena expansión; habían establecido ciertos contactos en Italia, donde la firma Einstein tenía una representación; como las perspectivas parecían allí más favorables, los dos hermanos decidieron liquidar su negocio para fundar otro parecido en Pavía. Abandonaron Munich el año 1894; la casa común también fue vendida y los niños asistieron tristemente a la destrucción del jardín, sustituido por edificios horribles.

Albert tenía entonces 15 años y no había terminado sus estudio secundario; como no hablaba italiano, sus padres creyeron que sería preferible dejarle en el Gymnasium, quedándose de en una familia muniquesa. El no quedó muy satisfecho con este arreglo; privado del medio familiar, la disciplina del liceo le resultaba más pesada. Al fin decidió abandonar el liceo y Munich para reunirse con sus padres, a quienes prometío presentarse al examen de ingreso en le ETH (Eidgenossische Technische Hoschschule), el célebre Polytechnikum de Zurich, llado familiarmente en Suiza ‘el Poly’. Provisto de un certificado del médico de la familia y de un excelente informe de su profesor de matemáticas, dejo el liceo en la primavera de 1895; decidió también renunciar a la nacionalidad wurtemburguesa (de  no haberlo hecho, caso de volver a Alemania habría sido considerado un desertor).

Los meses que siguieron a esta audaz evasión fueron muy felices. Albert descubrió con agrado Italia, visitó a unos parientes cerca de Génova para luego pasar el verano en familia en Airolo, en el Tesino. Como estaba previsto, en otoño de 1895 se presento a la ETH. Le permitieron hacerlo a pesar de no tener la matura (o madurez) siuza (equivalente al bachillerato) y estar todavía lejos de la edad mínima exigida, en principio dieciocho años. Supero sin dificultad las pruebas científicas, pero sus resultados en las pruebas llamadas generales (que principalmente incluían lengua alemana, historia y literatura) fueron calificadas de insuficientes; pese a todo la experiencia resulto alentadora, ya que el profesor de física H. F. Weber le permitió a Einstein seguir sus cursos siempre que residiera en Zurich, y el director de la ETH, A. Herzog, le dio el excelente consejo de preparar su madurez en la escuela del cantón de Argovia.

Así pues, la villa de Aarau, donde se encontraba la escuela, fue el lugar donde Albert pasó el año escolar 1895-1896, el último de sus estudios secundarios; allí fue feliz, en primer lugar por estar de pensión en familia de un profesor de la escuela, Jost Winteler, donde encontró un cálido ambiente y vivió con María, una de las hijas de la casa, su primera experiencia amorosa; la relación no cuajó, pero los lazos de Einstein con los Winteler duraron toda su vida, sobre todo porque él siempre sintió una gran estima y simpatía por el padre, y luego porque su hermana Maja se casó con uno de los hijos de la casa, Paul. Además, al contrario de lo que sucedía en el Gymnasium de Munich, el estilo padagógico de la escuela de Aarau la iba perfectamente a aquella inteligencia deliberadamente inconformista. En cualquier caso, el contraste le pareció tan importante y pleno de sentido que, al evocarlo en una breve autobiografía el mismo año de su muerte, afirmaba que la “verdadera democracia no es una vana quimera”.

A pesar de que la ETH preparaba tanto para carreras técnicas como para la enseñanza científica e investigación, distintos documentos prueban que, cuando entro en ella, Einstein ya estaba decidido a matricularse en la segunda rama; así, en el manuscrito titulado “Mis proyecto de futuro”, un simple ejercicio de lengua francesa (que mereció una nota intermedia), el estudiante expone, en un estilo sobrio y modesto, muy característico, las razones por las cuales ha decidido matricularse en una carrera de profesor de matemáticas y de física teórica: dispone de las aptitudes necesarias para esta actividad que le gusta, mientras que carece de “phantaisie” (sic) y de aptitudes practicas; añade: “hay también una cierta independencia en la profesión científica que me gusta mucho”.

Por encima de su preferencia por la meditación libre, los sinsabores sufridos por su padre en el mundo de la libre empresa bien pudieron persuadirle de que el espíritu de independencia es algo que no siempre se ve alentado por la vida practica.

 Al menos desde este año 1895, no solo la aptitud del joven Einstein para la investigación científica esta ampliamente probada; el interés que le mueve y la ambición que le anima quedan bien patentes en un texto “sobre las investigaciones relativas al estado del éter en un campo magnético”, donde se propone explicar la permanencia de un campo magnético en la cercanía de una corriente eléctrica por una deformación del éter. Por muy despreocupado y jovial que se muestre en las veladas de la familia Winteler, el estudiante de dieciséis años, ya físico, no olvida aquellos “milagros” que son la obstinación de la brújula y la ineluctable necesidad del teorema de Pitágoras, y que, como le guste repetir, nos apartan de lo “solamente personal”.

Fue también en Aarau, según el mismo dice en el ensayo autobiográfico citado, donde imagino la primera “experiencia de pensamiento” relacionada con la teoría de la relatividad: “si perseguimos a una onda luminosa a la velocidad de la luz, nos encontramos frente a un campo de ondas independiente del tiempo. Pero, al parecer, no existe tal cosa”.

(Fin parte 1)

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