abril 13, 2012

Albert Einstein: Un Hombre de su Tiempo (Parte VI)
Adaptado del Libro Albert Einstein: Vida, Obra y Filosofía de Jacques Merleau Ponty

1919- La Gloria
La cita de 1914 entre al teoría de la relatividad y el sol no se produjo a causa de la guerra; la de 1919 fue preparada con mucho tiempo y tuvo lugar en unas condiciones mucho mas favorables que las de 1914; iba a tener grandes consecuencias sobre el destino de Einstein.

De Sitter, que se había reunido con Einstein en Leyden y mantenía con él una correspondencia continua, enviada sus publicaciones a Eddington y publicaba él mismo artículos sobre relatividad en revistas inglesa. Eddington, profesor de astronomía en Cambridge, buen matemático dado a la especulación filosófica, seguía de cerca a Einstein; ocupaba un lugar importante entre los astrónomos ingleses; sabía que un eclipse de sol podía no solo revelar la existencia de una desviación de los rayos luminosos por el campo gravitatorio solar sino también, caso de existir esta desviación, validar o bien el valor newtoniano encontrado por Einstein en la primera versión de su teoría o bien el “verdadero” valor relativista, doble del anterior. Había un eclipse previsto para Mayo de 1919 que crea un entorno particularmente favorable a la observación proyectada porque el sol estaría oculto en la constelación de las Híades, muy rica en estrellas, lo que ofrecía la posibilidad de realizar numerosas medidas.

La preparación de las observaciones fue, pues, planeada desde 1917 por el astrónomo real sir Frank Dyson y comenzada inmediatamente después del armisticio de 1918; el eclipse nos ería observable mas que en las proximidades del ecuador, donde a menudo el cielo esta cubierto. Así pues, dos expediciones simultáneas fueron previstas, una a Sobral en el noreste de Brasil y otra a la isla del Príncipe, en alta mar de la Guinea portuguesa; Andrew Crommelin fue encargado de la primera; Eddington de la segunda. Desde el punto de vista de Einstein, el éxito fue total; la desviación calculada, 1,74”, caía dentro de un intervalo compatible con una y otra serie de medidas: 1,98”  0,30” en la isla del príncipe. Fue en Bonemouth, a la vuelta de las dos expediciones, donde tuvo lugar el primer examen de los documentos; los resultados, de entrada muy favorables, fueron revelados de forma muy oficiosa; informado en Setiembre, Lorentz advirtió de inmediato a Einstein, quien no ocultó su alegría apresurándose a anunciar la buena noticia a su madre gravemente enferma y hospitalizada en Lucerna.

El 6 de Noviembre de 1919, los resultados de las expediciones fueron solamente presentados por el astrónomo real en el curso de una sesión común de la Royal Society (que, como se sabe, es equivalente a la Academia des Sciences en Francia) y de la Royal Astronomical Society: El físico J.J. Thompson, que presidía, no dudó en calificar a la teoría de Einstein como “uno de los mayores monumentos de la historia del pensamiento humano”.

Anunciado en la Royal Society de Londres, el resultado de las observaciones adquiera un relieve particular porque parecía poner fin al reinado de Newton, cuyo nombre estaba naturalmente asociado en Gran Bretaña desde hacía doscientos años no solamente a la fundación de la ciencia moderna, sino también a una teología natural capaz de reconciliar las conquistas de la razón y de la experiencia con las enseñanzas del cristianismo.

Por otra parte, con unos pocos días de diferencia se celebra el primer aniversario del armisticio, y el tratado de Versalles, no había sido firmado más que unos meses antes; ahora bien, el autor de la triunfante teoría era judío, aparentemente alemán, pero de nacionalidad un poco incierta; sus ideas sobre el espacio y el tiempo pasaban por ser extrañas, quizás incluso paradójicas, y sus deducciones ininteligibles para el común de los mortales.

Todas estas circunstancias, que inquietaban a unos y encantaban a otros, explican tal vez por qué  ese segundo de arco que daba a Einstein la victoria sobre Newton, le elevó en pocas semanas a la celebridad nunca alcanzada por ningún físico. Muy pronto, la sesión de la Royal Society sería presentaba como un acontecimiento de primera importancia no sólo por las revistas especializadas, sino por la prensa de gran tirada de Gran Bretaña (empezando por el Times, que daba la reseña el 7 de Noviembre y cedía la palabra al propio Einstein el 28), después un poco por todas partes en el mundo. La prensa importante de los Estados Unidos se izo eco, amplificándolas, de las noticias inglesas.

En Alemania, Max Born informaba del acontecimiento en el frankfurter Allgemeine Zeitung el 23 de noviembre, a lo que siguieron diversos comentarios en varios periódicos. En cambio, en París, donde la prensa estaba casi paralizada por una huelga, de momento el suceso pasó desapercibido para el gran público, pero no para los medios científicos, ya que los resultados de las observaciones sobre el eclipse, así como una sucinta exposición de la teoría, fueron presentados en los primeros días de Diciembre en la Academia de ciencias por el astrónomo Henri Deslandres, especialista en espectrografía solar.

Esta repentina y sorprendente celebridad acompañaría a Einstein hasta el final de su vida, además, no dejaría de autoalimentarse; por ella se le pedía su opinión sobre una multitud de cuestiones de actualidad sobre todo políticas, y como él no quería parecer  que ocultaba sus secretos como un charlatán, ni tampoco eludir las llamadas de socorro, ni disimular sus convicciones, el curso particularmente turbio de las cosas le volvía a subir sin descanso encima del escenario.

En adelante se vería obligado a contestar una pila de correo que se renovaba cada día; evidentemente, al principio le costó resignarse; así lo indica una carta a su ayudante Ludwing Hopf del 2 de febrero de 1920, tres meses después de lo que País llama su “canonización”: “después del diluvio de artículos de periódico, soy tan terriblemente sumergido en preguntas, invitaciones, peticiones que sueno con ello por las noches: me estoy asando e el infierno y el diablo, con los rasgos del cartero, ruge mientras me arroja a la cabeza un nuevo paquete de cartas cuando aún no he contestado el anterior.

Infernales o no, en cualquier caso las obligaciones de la celebridad transformaron de arriba abajo la vida de Einstein en todos sus aspectos. Hasta entonces, fuera de los límites de su vida privada, lo único que de verdad contaba era el trabajo de investigación, mas o menos estrechamente asociado a los deberes de enseñanza y de dirección  de trabajos; en adelante, ante la opinión pública, Einstein va en cierto modo a ejercer, además, las funciones de un personaje público y, sobre todo de una personalidad política. Ello no se debió a que se implicara en una  verdadera acción- el episodio de 1918 no volvería a repetirse- pero desde entonces sus escritos (incluso sus escritos científicos), su palabra, su presencia, tienen o pueden tener un sentido moral o político; lo que hasta entonces había sido para él una opinión, preferencia o aversión, se convierte en compromiso, siempre sincero pero a veces reticente, en general en el sentido del sionismo, o del pacifismo, o en favor de una social democracia respetuosa para con las libertades individuales.

La gran alegría de Diciembre de 1919 no solo se vio enfriada por los inconvenientes de la gloria; fue empeñada por la muerte de Pauline Einstein. Hospitalizada en Lucerna, había expresado el deseo de volver a reunirse con su hijo; su nuevo acomodo con Elsa hacía posible el arreglo. Pauline vino pues a Berlín, acompañada por su hija Maja, en enero; allí murió en febrero. 

Pero el odio también, apreció en la cita con la celebridad.

Las turbulencias de la posguerra
En una Alemania al borde de la guerra civil donde los distintos grupos nacionalistas se enfrentaban, con medios más o menos terroristas, no solo al movimiento socialista sino también al establecimiento de la democracia, las posturas pacifistas adoptadas por Einstein durante la guerra hacían de él un blanco perfecto para la atención maligna de una extrema derecha antisemita, en un momento en que su reputación se iba afirmando en el campo de los ex – enemigos.

Desde Febrero de 1920, su enseñanza en la universidad se vio perturbada por una agitación cuyo origen político no era proclamado; pero poco después fueron tantas las teorías de Einstein como su persona las que se encontraron en el punto de mira de los ataques, esta vez con intención manifiestamente política, hecho que revela el nuevo lugar que él estaba pasando a ocupar en la conciencia de los hombres de su tiempo. En efecto, de pronto nació una Asociación de naturalistas alemanes para el mantenimiento de la ciencia pura, cuya finalidad confesada era combatir a la teoría de la relatividad, calificada de falsa y perniciosa. El Stümer, portavoz de la extrema derecha, explicaba que Einstein y sus teorías, destinadas a seducir con sus artimañas a los intelectuales, formaban parte del gran complot bolchevique que había llevado a la puñalada en la espalda y a la derrota de una Alemania que estaba destinada a la victoria por sus virtudes y genio.

El fundador de la sociedad anti – Einstein era un desconocido llamado Paul Weyland que disfrutaba del apoyo de un físico importante, Philipp Lenard, cuyos trabajos experimentales sobre el efecto fotoeléctrico le valieron de premio Nobel de física y estimularon las primeras investigaciones de Einstein sobre los cuantos. Después de haber admirado mucho a Einstein, Lenard había pasado a detestarle, siendo aparentemente el motivo principal de este odio el antisemitismo; a los ojos de Lenard la física relativista era mas “judía “que “bolchevique”, residiendo para él este carácter “judío” en el exceso de especulación abstracta sobre el buen sentido realista y experimental (en el mismo momento, los marxistas también colocaban  a Einstein y su relatividad entre las filas del “idealismo”…..).

En Agosto de 1920, la asociación “para la ciencia pura “de weyland había reunido suficiente público como para organizar en la Philarmonie de Berlín un mitin anti relativista al que asistió Einstein; éste respondió bastante enérgicamente en un articulo publicado por la Berliner Tageblatt y dirigido a la “SARL anti relatividad”, afirmando que si él hubiera sido “no judío, sino alemán ultraconservador, con o sin cruz gamada”, su teoría no hubiera sido objeto de tales ataques; esta respuesta, de la que después se arrepentiría un poco, no hizo sino avivar la rabia de sus atacantes.

La atmósfera estaba tan tensa que la reunión anual de naturalistas y médicos alemanes celebrada en Bad-Nauheim en Setiembre se celebró bajo la protección de guardias armados. Gracias a la prudencia de Planck, que la presidía, el choque tan esperado y deseado por la “SARL antirrelatividad” entre Einstein y Lenard fue breve y poco ruidoso.

No obstante, la situación era lo bastante seria como para justificar la intervención de los amigos berlineses de Einstein: Von Laue, Nernst, Rubens, firmaron un comunicado común en defensa suya; temían verle partir: los métodos expeditivos de los extremistas, que no retrocedían ante el asesinato, les hacían temer lo peor y sus amigos de Leyden estaban dispuestos a  acogerle, pero Einstein tenía escrúpulos de abandonar Berlín. En 1918 ya había estado tentado de regresar a Zurich, había renunciado sobre todo por diferencia y agradecimiento hacia Planck, motivo éste al que  se añadían razones políticas. A pesar de que su entusiasmo de noviembre de 1918 ya estaba muy atenuado, él pensaba que su  deber era apoyar al gobierno republicano de Alemania y hacerle un sitio en las relaciones científicas internacionales. Decidió pues permanecer en Berlín, asegurando al Ministro de Educación de Prusia, quien le había enviado un mensaje personal de apoyo, que “Berlín es el lugar al que me siento que me siento mas ligado por mis relaciones humanas científicas”. Por otra parte, su nombramiento como profesor asociado en Leyden le obligaba a frecuentes ausencias, ofreciéndole la posibilidad de tener un refugio cómodo en caso de amenazas mas concretas.

Por lo demás, en Berlín ocupaba puestos académicos importantes que asumía con consciencia y de los que le iba siendo mas difícil desprenderse (algo que, por otra parte, probablemente no deseaba, por muy “bohemio” que pretendiera ser) a medida que crecía su celebridad. A parte de la dirección del Instituto de física de la Kayser Wilhelm Gesellschaft (que había sido creado en 1917, conforme a lo acordado en 1914), ejerció después de Planck y antes de Sommerfeld a presidencia de la sociedad alemana de física, unos años mas tarde entró en el consejo de dirección del Laboratorio de astrofísica de Potsdam, para pasar después a presidir una fundación Einstein, con sede en una torre Einstein y equipada con un telescopio Einstein. Estuviera o no él mismo ligado a Berlín, al menos su nombre si lo estaba.

Sionismo
Durante los años que siguieron a la guerra, además  de los ataques de los nacionalistas alemanes, uno de los episodios mas importantes de la vida de Einstein fue su compromiso sionista, concertado en un viaje a los Estados Unidos en compañía del líder del movimiento, Chaim Weizmann, en 1921.

Como ya hemos indicado, es probable que fuera durante su estancia en Praga cuando Einstein empezó a tomar en serio un aspecto de su personalidad social y moral que hasta entonces le había dejado indiferente: su pertenencia a la comunidad judía.

Como diría mas tarde en una entrevista, a lo largo de los veinte años de su vida que había pasado en Suiza: “respiraba una atmósfera intelectual en la que el aire no transportaba ni la menor interrogación sobre mi confesión”.

En cambio, varios textos  escritos durante años de posguerra no dejan duda alguna: Ahora,  Einstein no solo le concede importancia al hecho de ser “judío” sino que tiene ideas precisas sobre la forma de asumir su condición para un judío: no es ni considerar al judaísmo tan solo como una religión ni asimilarse por completo a un ciudadano de la nación a la que pertenece.
Esto es lo que expresó, con una cierta altura, por ejemplo el 5 de Abril de 1920 en la asociación Central de ciudadanos alemanes de confesión judía, que le invitó a tomar parte en una reunión contra la lucha ante el antisemitismo en los medios universitarios. En su respuesta, de buenas a primeras apeló a una “mayor dignidad” en sus interlocutores, invitándoles a combatir con la información tanto del antisemitismo como “el espíritu de servilismo” que supuestamente existe en el judío. La expresión “ciudadano alemán de confesión judía” su opinión disimulaba, de forma tristemente ridícula, una doble confesión de las “buenas almas”: 1) no tener nada que ver con los pobres diablos de los judíos orientales; 2)no ser vistos como hijos de su pueblo sino sólo como miembros de una comunidad religiosa.

Einstein, al contrario, se declara “feliz de pertenecer al pueblo judío”, sin por ello considerarlo como el pueblo elegido.

Estas palabras concisas y agresivas sin duda revelan algo mas que un simple impulso contra lo que le parece demasiado prusiaño en los judíos alemanes: un compromiso ético y filosófico muy profundo sobre el que volveremos; desde el punto de vista ético y social, sirve perfectamente para mostrar como Einstein llegó al sionismo partiendo de una cierta reticencia: el pueblo judío existe; pero nada puede imponer a la religión judía por encima de ninguna otra.

Al comienzo de 1921 Klurt Blumenfield, actuando en nombre de Chaim Weizmann (su cunado), le preguntó a Einstein si estaría dispuesto a acompañar al líder del sionismo a los estados Unidos, donde intentaba recabar los fondos necesarios para crear una universidad Hebrea en Jerusalén; Einstein (que cavaba de declinar la invitación de varias universidades americanas) al principio rehusó. Blumenfield, pensando (según dice él mismo)  que era mejor, en vez de intentar convencerlo, dejar que Einstein pensara claramente lo que llevaba en su interior, se limitó a decirle que él trasmitía lo que consideraba una orden de Weizmann, sorprendiéndose al ver a Einstein, dar marcha atrás en su negativa. Pero, por otro lado, tuvo buen cuidado de recordar a Weizmann que Einstein no era un verdadero sionista, que tenía tendencias socialistas y que era hostil frente a la asimilación de los judíos. Por su parte, el propio Einstein declararía mas tarde en París que sus relaciones con  Weizmann habían sido, usando una expresión de Freud, ambivalentes.

El viaje en común tuvo, pues, lugar en Abril-Mayo de 1921; para la causa sionista fue un gran éxito; y para Einstein fue una oportunidad para conocer américa y exponer la teoría de la relatividad ante el público americano. La cuatro conferencias que dio en Princeton en Mayo siguen siendo un clásico de la teoría.  Entre los servicios que prestó al sionismo, con ocasión del viaje, debemos señalar que permitió una entrevista entre Weizmann y el Ministro de Asuntos Exteriores soviético, Chicherín.

Antes de regresar a Berlín, Einstein pasó algunos días en Londres invitado por Lord Haldane, en cuya casa conoció Bernard Shaw y a Whitehead. De su viaje a América se trajo, además de un  gran cansancio, la satisfacción de un deber cumplido ante sus correligionarios (si es que cabe utilizar esta palabra en su caso) así como unas impresiones muy favorables sobre los Estados Unidos, confiadas a un diario Holandés, Nieuwe rotterdammsche Courand (4 de julio de 1921).

Visita a París
Unos mese después de volver de los Estados Unidos, aparecía en perspectiva otro viaje, menos lejaño pero también cargado de significado político. En Francia, unos llamaban a Einstein el demócrata alemán, otros el sabio ilustre, otros las dos cosas a la vez, mientras que algunos  no querían oír hablar ni de una ni de otra cosa. Al comenzar el año de 1922, Einstein recibió tres invitaciones francesas, una de la Liga de Derechos Humanos, otra de la Sociedad francesa de Filosofía y la última de la asamblea de profesores del College de france, evidentemente suscitada por LLangevin; el primer movimiento de Einstein fue rechazar cortésmente por solidaridad con sus colegas berlineses, por entonces apartadas sistemáticamente de las reuniones internacionales, como explica en una carta a la Academia de Ciencias de Prusia.

Pero Walther Rathenau, ministro de asuntos exteriores, como expone el propio Einstein a la Academia,  convencido de que su deber era aceptar, principalmente porque la invitación del College de France mencionaba explícitamente la defensa de un ideal científico común a los sabios franceses y alemanes.

La visita tuvo, pues, lugar del 28 de Marzo al 10 de Abril de 1922. La Sociedad francesa de física no recibió a Einstein y a la Academia de Ciencias organizó contra él una especie boicot oficioso que fue duramente juzgado por la prensa. En cambio el visitante dio una serie de conferencias en el College de France; tomó parte en la sesión del 6 de Abril de la Sociedad francesa de Filosofía, donde se limitó a comentar algunas de las intervenciones de filósofos y sabios franceses como Brunschvicg (rechazó la paternidad kantiana propuesta por Brunschvicg para la teoría de la relatividad), Bergson, cuya distinción entre “tiempo del filósofo “y “tiempo del físico “negó, y Hadamard.

La presencia de Einstein en París no pasó desapercibida; constituyó un acontecimiento que suscitó diversas reacciones, algunas de las cuales, setenta años después, parecen bastante sorprendentes. La acogida dispensada por los medios científicos fue bastante reservada por diversas razones, a veces casi opuestas; por un lado, expresaba la desconfianza de los experimentales hacia un teoría que les parecía demasiado especulativa; por otro. Manifestaba la persistencia de un dogmatismo filosófico nacido del Cours de Philosophie positive curso de filosofía positiva, para el cual los conceptos de la física no podían superar a los de la mecánica, en aquella época llamada “racional”, que ocupaba el lugar mas alto en la jerarquía de las “ciencias positivas ”. Los adversarios que, por su capacidad, se encontraban en mejores condiciones para comprender el alcance de la teoría, como Emilie Picard y Paul Painlevé, terminaron por rendirse a las razones de Einstein, más con ciertas reservas escépticas: es una bella construcción matemática, pensaban, pero su sentido físico sigue siendo dudoso. Desde luego, Langevin y el pequeño núcleo de relativistas salieron fortalecidos de este contacto, y la visita de Einstein contribuyó a despertar el interés de los sabios franceses por la teoría; pero quienes primero aportaron contribuciones positivas a su progreso fueron matemáticos como Hadamard y Elie Cartan.

Por lo demás el interés por Einstein y su  teoría se extendió mucho mas allá del circulo de especialistas; como era previsible, los periódicos se dividieron sobre la conveniencia de invitar a Francia a un sabio alemán (algunos decían a un “bolche”), pero la controversia tomó un giro inesperado: la persona de Einstein despertaba simpatías. Algunos se extrañaron de encontrarle, por su aspecto físico y su agradable conversación, tan distinto de lo que se esperaba de un alemán… Por otra parte, su teoría pasaba por ser incomprensible; en París no hace falta nada mas para despertar un interés mundaño, lo que llamó la atención a unos y permitió a otros hacer de fontenelle, revelando a las gentes del mundo los arcanos de la teoría. El anverso de estas futilidades aparece en la calidad de las intervenciones en la sesión Francesa de Filosofía, que prueba que el público francés instruido comprendía al menos la dimensión de las cuestiones filosóficas planteadas por la teoría de la relatividad.

El propio Einstein quedó bastante satisfecho con su viaje, al menos moralmente; en una carta del 6 de Junio de 1922 rogaba a H. Weyl que explicara a los estudiantes de Zurich, cuya invitación había declinado, que no debían guardarle rencor por haber preferido ir a París, pues, “rechazar la invitación de  París hubiera sido rechazar el ideal internacional al que mas que nunca es necesario dedicarse”.

Viajes y política
Moralmente satisfecho por su viaje a París, Einstein, no se vio recompensado por un rencuentro con la tranquilidad; las tensiones y amenazas persistían y también la perplejidad provocada por ciertas exigencias contradictorias. El asesinato de Rathenau el 24 de Junio de 1922 le dejó consternado. Arruinaba la esperanza de un futuro para Alemania y sus relaciones internacionales a la  vez que confirmaba el peligro, las puestas en guardia se multiplicaron; Einstein debió interrumpir su enseñanza y fingir, como escribió a Solovine el 16 de julio que se ausentaba. Condenado por algunos a causa de su viaje a París y siempre perseguido por el oído de Lenard (quien tras rechazar sumarse al duelo oficial por Rathenau, fue secuestrado por los manifestantes, avisado de que estaba dando clase a algunos de sus fieles), Einstein, preocupado por la calma, rechazó pronunciar el discurso inaugural del centenario de la Asociación de naturalistas y médicos alemanes en Leipzig.

Pero la conducta a seguir no siempre le resultaba evidente; por muy hostil que se sintiera frente al nacionalismo alemán, la política de los vencedores le parecía cada vez menos defendible y más alejada de su ideal pacifista. No podía dejar de sentirse solidario con las desgracias de Alemania y en especial con los judíos alemanes, quienes presentían iban a ser las principales víctimas de los acontecimientos.

De ahí venían las muy significativas dudas de un ciudadano del mundo, sincero y de buena voluntad, pero perplejo, que busca su camino dentro del laberinto de las relaciones nacionales, étnicas, profesionales o políticas. Al final de Mayo de 1922 había aceptado, a petición de Marie Curie, formar parte del Comité internacional de cooperación intelectual; pero a primeros Julio se volvió atrás. Explica a una Marie Curie sorprendida y decepcionada que, siendo judío, en el estado actual de las cosas no puede representar a Alemania en una comisión internacional; en la misma fecha da un argumento análogo a un funcionario de la SDN (diciéndole simplemente, que él no representaba la opinión de sus colegas alemanes). Tras regresar del Japón  al inicio de 1923 (la ocupación del Ruhr tiene lugar en Enero) confirma su dimisión, pero da una razón sensiblemente distinta: la SDN no le parece sino un instrumento de la política de poder, aunque este no sea el caso de la comisión en cuestión; en la misma línea, rehúsa participar en el congreso Solvay de 1923, al que los demás sabios alemanes no han sido invitados. No obstante; esta decisión no le satisface por completo; a su pesar se le comunica a Lorentz, pidiéndole que no le invite oficialmente: el rechazo en público sería aún más perjudicial para la buena causa…

Sin embargo, la gloria, fuente de tantas preocupaciones y apuros para un  hombre cuya única pasión verdadera era el saber, también tenía la ventaja de ofrecerle con los viajes ( al menos algunos de ellos)escapadas felices. Y, en Octubre de 1922 se embarcaba, con cierto alivio, hacia Japón.

Partiendo de Marsella, llegó a Shanghai el 15 de noviembre y desembarcó el 20 en Kobe; permaneció en Japón hasta final de año. La acogida fue calurosa; fue recibida personalmente por el emperador, con quien conversó en francés; aprecio las maneras de los japoneses, pero no su música; tuvo que pronunciar varias conferencias que le brindaron la oportunidad de presentar en conjunto la teoría de la relatividad y también para referir las vías que le llevaron a ella, algo que no había hecho en público hasta entonces.

Se encontraba en ruta hacia el Japón cuando le fue concedido el premio Nobel de física correspondiente al año 1921, que hasta entonces no había sido asignado; era una decisión tardía, ya que, desde 1910, Einstein había sido propuesto para el premio por varios físicos, pero la Academia Sueca estaba confusa por las controversias provocadas por la teoría de la relatividad.

Así pues, fue aceptada la propuesta por el físico Oseen, quien sugirió entregar a Einstein el premio Nobel por su deducción del efecto fotoeléctrico, el premio no le sería entregado de forma efectiva hasta Julio de1923.

Palestina
Al regresar de Japón, a primeros de Febrero de 1923, se detuvo en Palestina, donde fue el invitado del gobernador Herbert Samuel, interesado por el logro de los colonos, en especial por la ciudad nueva de Tel-Aviv, no tardó en sentir las ya apreciables tensiones entre judíos, árabes y el gobernador británico. Como en otras partes, allí; constató el desacuerdo entre sus ideas y la forma en que los demás las ponían en práctica. Por otra parte, como atestiguan sus notas de viaje, el espectáculo de los fieles orando ante el muro de las Lamentaciones no le impresionó favorablemente.

Dos años después de su viaje, en un mensaje enviado con la ocasión de la inauguración de la universidad hebrea de Jerusalén, al mismo tiempo que expresaba el “legitimo orgullo” que debía inspirar esta creación, ponía claramente en guardia a los judíos de Palestina contra toda deriva de un nacionalismo necesario, pero que debería defenderse “del oscurantismo nacional y de la intolerancia agresiva”, de los que las universidades europeas habían dado tristes ejemplos.

Las dificultades no tardarían en aparecer: miembro del consejo de gobierno de la nueva universidad, y deseando asegurar para ella una sólida reputación científica a pesar de sus modestos medios, entró en conflicto con el rector de la universidad, J. L.Magnes, cuyo proyectos criticaba (son “charlataneos”, escribe en una carta a Born) y renunció en 1929, sin dimisión oficial, a ejercer sus funciones, que volvería a retornar en 1932 tras las reformas introducidas por Weizmann.

Pero las revueltas de Agosto  de 1929 en Palestina, en las que unos judíos fueron asesinados por los árabes constituyeron un motivo de preocupación mas grave; Einstein no solo se adhirió a la solicitud de gracia para los insurrectos condenados a Muerte sino que se distancio de sus correligionarios sobre el problema de fondo, invitándoles, especialmente en dos cartas a Weizmann, a una seria reflexión sobre las posibilidades de la cooperación judeo- árabe, poniéndoles de nuevo en guardia contra una deriva nacionalista e incitándoles a tener una cierta desconfianza ante el protector inglés.

Escribió incluso en el diario nacionalista árabe Falastin para defender la idea de la cooperación judeo-árabe en Palestina, proponiendo a su director, que había acogido favorablemente su mensaje, una original solución de las dificultades, creando un “consejo secreto” formado por representantes cualificados de las dos comunidades que trabajaría en un proyecto común al abrigo de toda publicidad.

A pesar de todo, esto no le impediría defender firmemente al mismo tiempo el proyecto sionista que él creía era lo único capaz de devolver a la comunidad judía la conciencia de su verdadera identidad, debido a profundas razones sobre las que tendremos ocasión de regresar.

Einstein dejó Palestina (para no volver nunca) en Marzo de 1923 y volvió a Europa por España.

Regreso a la SDN
Todavía hizo un largo viaje en 1925 a América del Sur, después hasta 1930, fecha en que comenzó su estancia en Estados Unidos, se asentó en forma mas permanente en Berlín, a pesar de sus numerosos desplazamientos por Europa, sobre todo a París en 1926 y luego en 1929, viaje en el que fue investido doctor honoris causa por la Sorbona y dio unas conferencias en el Institut Henri Poincaré, que acaba de abrir sus puertas. Parece que por entonces había recobrado una cierta confianza en el futuro político de Alemania, donde la atmósfera estaba mas tranquila.

 Después de tantas contrariedades e inquietudes, Einstein se volvía a encontrar en Berlín con las mismas responsabilidades sociales y humanas ante Alemania y Europa que había aceptado en el entusiasmo de la revolución de 1918: favorecer la democracia en el país, cuya nacionalidad había recuperado, permitirle volver a ocupar su sitio en la comunidad internacional, especialmente en el territorio científico y, sobre todo (este era su compromiso ético mas profundo), militar por la paz.

Volvió, pues,  al comité de la SDN en Junio de 1924 (“siendo un poco mejor la situación nacional”), e hizo incluso una reseña bastante favorable del trabajo de la comisión en el Frankfurter Zeitung. En 1925, año en que se firmó el pacto de Locarno (en el que Einstein vio signos de la vuelta a la cordura de los hombres de estado europeo), se creó el instituto Internacional de corporación intelectual y  Einstein aceptó  pronunciar, el 16 de Enero de 1926, un discurso en francés con ocasión de su inauguración.

Siguió interesándose por ello, como prueba por ejemplo su intervención ante Stresemann, entonces ministro de Asuntos Exteriores de Alemania. Para Einstein, el principal defecto del Instituto era estar exclusivamente financiado por Francia y tener su sede en París, lo justificaba las reticencias de sus compatriotas para tomar parte en la cooperación internacional; así pues, en julio de 1929 proponía a Stresemann que Alemania (e Inglaterra, pero mas tarde) participase en su financiación de forma que un alemán pudiese optar al puesto de subdirector; formulaba la misma propuesta en una carta a Painlevé del 9 de Abril de 1930, donde añadía que el Instituto debería ser trasladado de parís a Ginebra para permitir mantener la indispensable unidad y el carácter auténticamente internacional del organismo (no había conseguido convencer a Plank de que apadrinase una comisión alemana de cooperación intelectual). Y fue especialmente el Instituto quien fomentó- y publicó en 1932- la muy notoria correspondencia entre Freud y Einstein sobre la guerra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario