1919- La Gloria
La cita de 1914 entre al teoría
de la relatividad y el sol no se produjo a causa de la guerra; la de 1919 fue
preparada con mucho tiempo y tuvo lugar en unas condiciones mucho mas
favorables que las de 1914; iba a tener grandes consecuencias sobre el destino
de Einstein.
De Sitter, que se había reunido
con Einstein en Leyden y mantenía con él una correspondencia continua, enviada
sus publicaciones a Eddington y publicaba él mismo artículos sobre relatividad
en revistas inglesa. Eddington, profesor de astronomía en Cambridge, buen
matemático dado a la especulación filosófica, seguía de cerca a Einstein;
ocupaba un lugar importante entre los astrónomos ingleses; sabía que un eclipse
de sol podía no solo revelar la existencia de una desviación de los rayos
luminosos por el campo gravitatorio solar sino también, caso de existir esta
desviación, validar o bien el valor newtoniano encontrado por Einstein en la
primera versión de su teoría o bien el “verdadero” valor relativista, doble del
anterior. Había un eclipse previsto para Mayo de 1919 que crea un entorno particularmente
favorable a la observación proyectada porque el sol estaría oculto en la constelación
de las Híades, muy rica en estrellas, lo que ofrecía la posibilidad de realizar
numerosas medidas.
La preparación de las
observaciones fue, pues, planeada desde 1917 por el astrónomo real sir Frank
Dyson y comenzada inmediatamente después del armisticio de 1918; el eclipse nos
ería observable mas que en las proximidades del ecuador, donde a menudo el
cielo esta cubierto. Así pues, dos expediciones simultáneas fueron previstas,
una a Sobral en el noreste de Brasil y otra a la isla del Príncipe, en alta mar
de la Guinea portuguesa; Andrew Crommelin fue encargado de la primera;
Eddington de la segunda. Desde el punto de vista de Einstein, el éxito fue
total; la desviación calculada, 1,74”, caía dentro de un intervalo compatible
con una y otra serie de medidas: 1,98”
0,30” en la isla del príncipe. Fue en
Bonemouth, a la vuelta de las dos expediciones, donde tuvo lugar el primer
examen de los documentos; los resultados, de entrada muy favorables, fueron
revelados de forma muy oficiosa; informado en Setiembre, Lorentz advirtió de
inmediato a Einstein, quien no ocultó su alegría apresurándose a anunciar la
buena noticia a su madre gravemente enferma y hospitalizada en Lucerna.
El 6 de Noviembre de
1919, los resultados de las expediciones fueron solamente presentados por el
astrónomo real en el curso de una sesión común de la Royal Society (que, como
se sabe, es equivalente a la Academia des Sciences en Francia) y de la Royal
Astronomical Society: El físico J.J. Thompson, que presidía, no dudó en
calificar a la teoría de Einstein como “uno de los mayores monumentos de la
historia del pensamiento humano”.
Anunciado en la Royal
Society de Londres, el resultado de las observaciones adquiera un relieve
particular porque parecía poner fin al reinado de Newton, cuyo nombre estaba naturalmente
asociado en Gran Bretaña desde hacía doscientos años no solamente a la
fundación de la ciencia moderna, sino también a una teología natural capaz de
reconciliar las conquistas de la razón y de la experiencia con las enseñanzas
del cristianismo.
Por otra parte, con
unos pocos días de diferencia se celebra el primer aniversario del armisticio,
y el tratado de Versalles, no había sido firmado más que unos meses antes; ahora
bien, el autor de la triunfante teoría era judío, aparentemente alemán, pero de
nacionalidad un poco incierta; sus ideas sobre el espacio y el tiempo pasaban
por ser extrañas, quizás incluso paradójicas, y sus deducciones ininteligibles
para el común de los mortales.
Todas estas
circunstancias, que inquietaban a unos y encantaban a otros, explican tal vez
por qué ese segundo de arco que daba a
Einstein la victoria sobre Newton, le elevó en pocas semanas a la celebridad
nunca alcanzada por ningún físico. Muy pronto, la sesión de la Royal Society
sería presentaba como un acontecimiento de primera importancia no sólo por las
revistas especializadas, sino por la prensa de gran tirada de Gran
Bretaña (empezando por el Times, que
daba la reseña el 7 de Noviembre y cedía la palabra al propio Einstein el 28),
después un poco por todas partes en el mundo. La prensa importante de los Estados
Unidos se izo eco, amplificándolas, de las noticias inglesas.
En Alemania, Max Born informaba
del acontecimiento en el frankfurter
Allgemeine Zeitung el 23 de noviembre, a lo que siguieron diversos
comentarios en varios periódicos. En cambio, en París, donde la prensa estaba
casi paralizada por una huelga, de momento el suceso pasó desapercibido para el
gran público, pero no para los medios científicos, ya que los resultados de las
observaciones sobre el eclipse, así como una sucinta exposición de la teoría,
fueron presentados en los primeros días de Diciembre en la Academia de ciencias
por el astrónomo Henri Deslandres, especialista en espectrografía solar.
Esta repentina y sorprendente
celebridad acompañaría a Einstein hasta el final de su vida, además, no dejaría
de autoalimentarse; por ella se le pedía su opinión sobre una multitud de
cuestiones de actualidad sobre todo políticas, y como él no quería parecer que ocultaba sus secretos como un charlatán,
ni tampoco eludir las llamadas de socorro, ni disimular sus convicciones, el
curso particularmente turbio de las cosas le volvía a subir sin descanso encima
del escenario.
En adelante se vería obligado a
contestar una pila de correo que se renovaba cada día; evidentemente, al
principio le costó resignarse; así lo indica una carta a su ayudante Ludwing
Hopf del 2 de febrero de 1920, tres meses después de lo que País llama su “canonización”:
“después del diluvio de artículos de periódico, soy tan terriblemente sumergido
en preguntas, invitaciones, peticiones que sueno con ello por las noches: me
estoy asando e el infierno y el diablo, con los rasgos del cartero, ruge
mientras me arroja a la cabeza un nuevo paquete de cartas cuando aún no he
contestado el anterior.
Infernales o no, en cualquier
caso las obligaciones de la celebridad transformaron de arriba abajo la vida de
Einstein en todos sus aspectos. Hasta entonces, fuera de los límites de su vida
privada, lo único que de verdad contaba era el trabajo de investigación, mas o
menos estrechamente asociado a los deberes de enseñanza y de dirección de trabajos; en adelante, ante la opinión
pública, Einstein va en cierto modo a ejercer, además, las funciones de un
personaje público y, sobre todo de una personalidad política. Ello no se debió
a que se implicara en una verdadera
acción- el episodio de 1918 no volvería a repetirse- pero desde entonces sus
escritos (incluso sus escritos científicos), su palabra, su presencia, tienen o
pueden tener un sentido moral o político; lo que hasta entonces había sido para
él una opinión, preferencia o aversión, se convierte en compromiso, siempre
sincero pero a veces reticente, en general en el sentido del sionismo, o del
pacifismo, o en favor de una social democracia respetuosa para con las
libertades individuales.
La gran alegría de Diciembre de
1919 no solo se vio enfriada por los inconvenientes de la gloria; fue empeñada
por la muerte de Pauline Einstein. Hospitalizada en Lucerna, había expresado el
deseo de volver a reunirse con su hijo; su nuevo acomodo con Elsa hacía posible
el arreglo. Pauline vino pues a Berlín, acompañada por su hija Maja, en enero;
allí murió en febrero.
Pero el odio también, apreció en
la cita con la celebridad.
Las turbulencias de la
posguerra
En una Alemania al borde de la
guerra civil donde los distintos grupos nacionalistas se enfrentaban, con
medios más o menos terroristas, no solo al movimiento socialista sino también
al establecimiento de la democracia, las posturas pacifistas adoptadas por
Einstein durante la guerra hacían de él un blanco perfecto para la atención
maligna de una extrema derecha antisemita, en un momento en que su reputación
se iba afirmando en el campo de los ex – enemigos.
Desde Febrero de 1920, su
enseñanza en la universidad se vio perturbada por una agitación cuyo origen
político no era proclamado; pero poco después fueron tantas las teorías de
Einstein como su persona las que se encontraron en el punto de mira de los
ataques, esta vez con intención manifiestamente política, hecho que revela el
nuevo lugar que él estaba pasando a ocupar en la conciencia de los hombres de
su tiempo. En efecto, de pronto nació una Asociación de naturalistas alemanes
para el mantenimiento de la ciencia pura, cuya finalidad confesada era combatir
a la teoría de la relatividad, calificada de falsa y perniciosa. El Stümer, portavoz de la extrema derecha,
explicaba que Einstein y sus teorías, destinadas a seducir con sus artimañas a
los intelectuales, formaban parte del gran complot bolchevique que había
llevado a la puñalada en la espalda y a la derrota de una Alemania que estaba
destinada a la victoria por sus virtudes y genio.
El fundador de la sociedad anti –
Einstein era un desconocido llamado Paul Weyland que disfrutaba del apoyo de un
físico importante, Philipp Lenard, cuyos trabajos experimentales sobre el
efecto fotoeléctrico le valieron de premio Nobel de física y estimularon las
primeras investigaciones de Einstein sobre los cuantos. Después de haber
admirado mucho a Einstein, Lenard había pasado a detestarle, siendo
aparentemente el motivo principal de este odio el antisemitismo; a los ojos de
Lenard la física relativista era mas “judía “que “bolchevique”, residiendo para
él este carácter “judío” en el exceso de especulación abstracta sobre el buen
sentido realista y experimental (en el mismo momento, los marxistas también
colocaban a Einstein y su relatividad
entre las filas del “idealismo”…..).
En Agosto de 1920, la asociación
“para la ciencia pura “de weyland había reunido suficiente público como para
organizar en la Philarmonie de Berlín un mitin anti relativista al que asistió Einstein;
éste respondió bastante enérgicamente en un articulo publicado por la Berliner Tageblatt y dirigido a la “SARL
anti relatividad”, afirmando que si él hubiera sido “no judío, sino alemán
ultraconservador, con o sin cruz gamada”, su teoría no hubiera sido objeto de
tales ataques; esta respuesta, de la que después se arrepentiría un poco, no
hizo sino avivar la rabia de sus atacantes.
La atmósfera estaba tan tensa que
la reunión anual de naturalistas y médicos alemanes celebrada en Bad-Nauheim en
Setiembre se celebró bajo la protección de guardias armados. Gracias a la
prudencia de Planck, que la presidía, el choque tan esperado y deseado por la
“SARL antirrelatividad” entre Einstein y Lenard fue breve y poco ruidoso.
No obstante, la situación era lo
bastante seria como para justificar la intervención de los amigos berlineses de
Einstein: Von Laue, Nernst, Rubens, firmaron un comunicado común en defensa
suya; temían verle partir: los métodos expeditivos de los extremistas, que no
retrocedían ante el asesinato, les hacían temer lo peor y sus amigos de Leyden
estaban dispuestos a acogerle, pero
Einstein tenía escrúpulos de abandonar Berlín. En 1918 ya había estado tentado
de regresar a Zurich, había renunciado sobre todo por diferencia y
agradecimiento hacia Planck, motivo éste al que
se añadían razones políticas. A pesar de que su entusiasmo de noviembre
de 1918 ya estaba muy atenuado, él pensaba que su deber era apoyar al gobierno republicano de
Alemania y hacerle un sitio en las relaciones científicas internacionales.
Decidió pues permanecer en Berlín, asegurando al Ministro de Educación de
Prusia, quien le había enviado un mensaje personal de apoyo, que “Berlín es el
lugar al que me siento que me siento mas ligado por mis relaciones humanas
científicas”. Por otra parte, su nombramiento como profesor asociado en Leyden
le obligaba a frecuentes ausencias, ofreciéndole la posibilidad de tener un
refugio cómodo en caso de amenazas mas concretas.
Por lo demás, en Berlín ocupaba
puestos académicos importantes que asumía con consciencia y de los que le iba
siendo mas difícil desprenderse (algo que, por otra parte, probablemente no
deseaba, por muy “bohemio” que pretendiera ser) a medida que crecía su
celebridad. A parte de la dirección del Instituto de física de la Kayser
Wilhelm Gesellschaft (que había sido creado en 1917, conforme a lo acordado en
1914), ejerció después de Planck y antes de Sommerfeld a presidencia de la
sociedad alemana de física, unos años mas tarde entró en el consejo de dirección
del Laboratorio de astrofísica de Potsdam, para pasar después a presidir una
fundación Einstein, con sede en una torre Einstein y equipada con un telescopio
Einstein. Estuviera o no él mismo ligado a Berlín, al menos su nombre si lo
estaba.
Sionismo
Durante los años que siguieron a
la guerra, además de los ataques de los
nacionalistas alemanes, uno de los episodios mas importantes de la vida de
Einstein fue su compromiso sionista, concertado en un viaje a los Estados
Unidos en compañía del líder del movimiento, Chaim Weizmann, en 1921.
Como ya hemos indicado, es
probable que fuera durante su estancia en Praga cuando Einstein empezó a tomar
en serio un aspecto de su personalidad social y moral que hasta entonces le
había dejado indiferente: su pertenencia a la comunidad judía.
Como diría mas tarde en una
entrevista, a lo largo de los veinte años de su vida que había pasado en Suiza:
“respiraba una atmósfera intelectual en la que el aire no transportaba ni la
menor interrogación sobre mi confesión”.
En cambio, varios textos escritos durante años de posguerra no dejan
duda alguna: Ahora, Einstein no solo le
concede importancia al hecho de ser “judío” sino que tiene ideas precisas sobre
la forma de asumir su condición para un judío: no es ni considerar al judaísmo
tan solo como una religión ni asimilarse por completo a un ciudadano de la
nación a la que pertenece.
Esto es lo que expresó, con una
cierta altura, por ejemplo el 5 de Abril de 1920 en la asociación Central de
ciudadanos alemanes de confesión judía, que le invitó a tomar parte en una
reunión contra la lucha ante el antisemitismo en los medios universitarios. En
su respuesta, de buenas a primeras apeló a una “mayor dignidad” en sus
interlocutores, invitándoles a combatir con la información tanto del
antisemitismo como “el espíritu de servilismo” que supuestamente existe en el
judío. La expresión “ciudadano alemán de confesión judía” su opinión
disimulaba, de forma tristemente ridícula, una doble confesión de las “buenas
almas”: 1) no tener nada que ver con los pobres diablos de los judíos
orientales; 2)no ser vistos como hijos de su pueblo sino sólo como miembros de
una comunidad religiosa.
Einstein, al contrario, se
declara “feliz de pertenecer al pueblo judío”, sin por ello considerarlo como el
pueblo elegido.
Estas palabras concisas y
agresivas sin duda revelan algo mas que un simple impulso contra lo que le
parece demasiado prusiaño en los judíos alemanes: un compromiso ético y
filosófico muy profundo sobre el que volveremos; desde el punto de vista ético
y social, sirve perfectamente para mostrar como Einstein llegó al sionismo
partiendo de una cierta reticencia: el pueblo judío existe; pero nada puede
imponer a la religión judía por encima de ninguna otra.
Al comienzo de 1921 Klurt
Blumenfield, actuando en nombre de Chaim Weizmann (su cunado), le preguntó a
Einstein si estaría dispuesto a acompañar al líder del sionismo a los estados
Unidos, donde intentaba recabar los fondos necesarios para crear una
universidad Hebrea en Jerusalén; Einstein (que cavaba de declinar la invitación
de varias universidades americanas) al principio rehusó. Blumenfield, pensando
(según dice él mismo) que era mejor, en
vez de intentar convencerlo, dejar que Einstein pensara claramente lo que
llevaba en su interior, se limitó a decirle que él trasmitía lo que consideraba
una orden de Weizmann, sorprendiéndose al ver a Einstein, dar marcha atrás en
su negativa. Pero, por otro lado, tuvo buen cuidado de recordar a Weizmann que
Einstein no era un verdadero sionista, que tenía tendencias socialistas y que
era hostil frente a la asimilación de los judíos. Por su parte, el propio
Einstein declararía mas tarde en París que sus relaciones con Weizmann habían sido, usando una expresión de
Freud, ambivalentes.
El viaje en común tuvo, pues,
lugar en Abril-Mayo de 1921; para la causa sionista fue un gran éxito; y para Einstein
fue una oportunidad para conocer américa y exponer la teoría de la relatividad
ante el público americano. La cuatro conferencias que dio en Princeton en Mayo
siguen siendo un clásico de la teoría.
Entre los servicios que prestó al sionismo, con ocasión del viaje,
debemos señalar que permitió una entrevista entre Weizmann y el Ministro de
Asuntos Exteriores soviético, Chicherín.
Antes de regresar a Berlín,
Einstein pasó algunos días en Londres invitado por Lord Haldane, en cuya casa
conoció Bernard Shaw y a Whitehead. De su viaje a América se trajo, además de
un gran cansancio, la satisfacción de un
deber cumplido ante sus correligionarios (si es que cabe utilizar esta palabra
en su caso) así como unas impresiones muy favorables sobre los Estados Unidos,
confiadas a un diario Holandés, Nieuwe
rotterdammsche Courand (4 de julio de 1921).
Visita a París
Unos mese después de volver de
los Estados Unidos, aparecía en perspectiva otro viaje, menos lejaño pero también
cargado de significado político. En Francia, unos llamaban a Einstein el
demócrata alemán, otros el sabio ilustre, otros las dos cosas a la vez,
mientras que algunos no querían oír
hablar ni de una ni de otra cosa. Al comenzar el año de 1922, Einstein recibió
tres invitaciones francesas, una de la Liga de Derechos Humanos, otra de la
Sociedad francesa de Filosofía y la última de la asamblea de profesores del
College de france, evidentemente suscitada por LLangevin; el primer movimiento
de Einstein fue rechazar cortésmente por solidaridad con sus colegas
berlineses, por entonces apartadas sistemáticamente de las reuniones
internacionales, como explica en una carta a la Academia de Ciencias de Prusia.
Pero Walther Rathenau, ministro
de asuntos exteriores, como expone el propio Einstein a la Academia, convencido de que su deber era aceptar,
principalmente porque la invitación del College de France mencionaba
explícitamente la defensa de un ideal científico común a los sabios franceses y
alemanes.
La visita tuvo, pues, lugar del
28 de Marzo al 10 de Abril de 1922. La Sociedad francesa de física no recibió a
Einstein y a la Academia de Ciencias organizó contra él una especie boicot
oficioso que fue duramente juzgado por la prensa. En cambio el visitante dio
una serie de conferencias en el College de France; tomó parte en la sesión del
6 de Abril de la Sociedad francesa de Filosofía, donde se limitó a comentar
algunas de las intervenciones de filósofos y sabios franceses como Brunschvicg
(rechazó la paternidad kantiana propuesta por Brunschvicg para la teoría de la
relatividad), Bergson, cuya distinción entre “tiempo del filósofo “y “tiempo
del físico “negó, y Hadamard.
La presencia de Einstein en París
no pasó desapercibida; constituyó un acontecimiento que suscitó diversas
reacciones, algunas de las cuales, setenta años después, parecen bastante
sorprendentes. La acogida dispensada por los medios científicos fue bastante
reservada por diversas razones, a veces casi opuestas; por un lado, expresaba
la desconfianza de los experimentales hacia un teoría que les parecía demasiado
especulativa; por otro. Manifestaba la persistencia de un dogmatismo filosófico
nacido del Cours de Philosophie positive
curso de filosofía positiva, para el cual los conceptos de la física no podían
superar a los de la mecánica, en aquella época llamada “racional”, que ocupaba
el lugar mas alto en la jerarquía de las “ciencias positivas ”. Los adversarios
que, por su capacidad, se encontraban en mejores condiciones para comprender el
alcance de la teoría, como Emilie Picard y Paul Painlevé, terminaron por
rendirse a las razones de Einstein, más con ciertas reservas escépticas: es una
bella construcción matemática, pensaban, pero su sentido físico sigue siendo
dudoso. Desde luego, Langevin y el pequeño núcleo de relativistas salieron
fortalecidos de este contacto, y la visita de Einstein contribuyó a despertar
el interés de los sabios franceses por la teoría; pero quienes primero aportaron
contribuciones positivas a su progreso fueron matemáticos como Hadamard y Elie
Cartan.
Por lo demás el interés por
Einstein y su teoría se extendió mucho mas
allá del circulo de especialistas; como era previsible, los periódicos se dividieron
sobre la conveniencia de invitar a Francia a un sabio alemán (algunos decían a
un “bolche”), pero la controversia tomó un giro inesperado: la persona de
Einstein despertaba simpatías. Algunos se extrañaron de encontrarle, por su
aspecto físico y su agradable conversación, tan distinto de lo que se esperaba
de un alemán… Por otra parte, su teoría pasaba por ser incomprensible; en París
no hace falta nada mas para despertar un interés mundaño, lo que llamó la
atención a unos y permitió a otros hacer de fontenelle, revelando a las gentes
del mundo los arcanos de la teoría. El anverso de estas futilidades aparece en
la calidad de las intervenciones en la sesión Francesa de Filosofía, que prueba
que el público francés instruido comprendía al menos la dimensión de las
cuestiones filosóficas planteadas por la teoría de la relatividad.
El propio Einstein quedó bastante
satisfecho con su viaje, al menos moralmente; en una carta del 6 de Junio de
1922 rogaba a H. Weyl que explicara a los estudiantes de Zurich, cuya
invitación había declinado, que no debían guardarle rencor por haber preferido
ir a París, pues, “rechazar la invitación de
París hubiera sido rechazar el ideal internacional al que mas que nunca
es necesario dedicarse”.
Viajes y política
Moralmente satisfecho por su
viaje a París, Einstein, no se vio recompensado por un rencuentro con la
tranquilidad; las tensiones y amenazas persistían y también la perplejidad
provocada por ciertas exigencias contradictorias. El asesinato de Rathenau el
24 de Junio de 1922 le dejó consternado. Arruinaba la esperanza de un futuro
para Alemania y sus relaciones internacionales a la vez que confirmaba el peligro, las puestas en
guardia se multiplicaron; Einstein debió interrumpir su enseñanza y fingir,
como escribió a Solovine el 16 de julio que se ausentaba. Condenado por algunos
a causa de su viaje a París y siempre perseguido por el oído de Lenard (quien
tras rechazar sumarse al duelo oficial por Rathenau, fue secuestrado por los
manifestantes, avisado de que estaba dando clase a algunos de sus fieles),
Einstein, preocupado por la calma, rechazó pronunciar el discurso inaugural del
centenario de la Asociación de naturalistas y médicos alemanes en Leipzig.
Pero la conducta a seguir no
siempre le resultaba evidente; por muy hostil que se sintiera frente al
nacionalismo alemán, la política de los vencedores le parecía cada vez menos
defendible y más alejada de su ideal pacifista. No podía dejar de sentirse
solidario con las desgracias de Alemania y en especial con los judíos alemanes,
quienes presentían iban a ser las principales víctimas de los acontecimientos.
De ahí venían las muy
significativas dudas de un ciudadano del mundo, sincero y de buena voluntad,
pero perplejo, que busca su camino dentro del laberinto de las relaciones
nacionales, étnicas, profesionales o políticas. Al final de Mayo de 1922 había
aceptado, a petición de Marie Curie, formar parte del Comité internacional de
cooperación intelectual; pero a primeros Julio se volvió atrás. Explica a una
Marie Curie sorprendida y decepcionada que, siendo judío, en el estado actual
de las cosas no puede representar a Alemania en una comisión internacional; en
la misma fecha da un argumento análogo a un funcionario de la SDN (diciéndole
simplemente, que él no representaba la opinión de sus colegas alemanes). Tras
regresar del Japón al inicio de 1923 (la
ocupación del Ruhr tiene lugar en Enero) confirma su dimisión, pero da una
razón sensiblemente distinta: la SDN no le parece sino un instrumento de la
política de poder, aunque este no sea el caso de la comisión en cuestión; en la
misma línea, rehúsa participar en el congreso Solvay de 1923, al que los demás
sabios alemanes no han sido invitados. No obstante; esta decisión no le
satisface por completo; a su pesar se le comunica a Lorentz, pidiéndole que no
le invite oficialmente: el rechazo en público sería aún más perjudicial para la
buena causa…
Sin embargo, la gloria, fuente de
tantas preocupaciones y apuros para un
hombre cuya única pasión verdadera era el saber, también tenía la
ventaja de ofrecerle con los viajes ( al menos algunos de ellos)escapadas felices.
Y, en Octubre de 1922 se embarcaba, con cierto alivio, hacia Japón.
Partiendo de Marsella, llegó a
Shanghai el 15 de noviembre y desembarcó el 20 en Kobe; permaneció en Japón
hasta final de año. La acogida fue calurosa; fue recibida personalmente por el
emperador, con quien conversó en francés; aprecio las maneras de los japoneses,
pero no su música; tuvo que pronunciar varias conferencias que le brindaron la
oportunidad de presentar en conjunto la teoría de la relatividad y también para
referir las vías que le llevaron a ella, algo que no había hecho en público
hasta entonces.
Se encontraba en ruta hacia el
Japón cuando le fue concedido el premio Nobel de física correspondiente al año
1921, que hasta entonces no había sido asignado; era una decisión tardía, ya
que, desde 1910, Einstein había sido propuesto para el premio por varios
físicos, pero la Academia Sueca estaba confusa por las controversias provocadas
por la teoría de la relatividad.
Así pues, fue aceptada la
propuesta por el físico Oseen, quien sugirió entregar a Einstein el premio
Nobel por su deducción del efecto fotoeléctrico, el premio no le sería
entregado de forma efectiva hasta Julio de1923.
Palestina
Al regresar de Japón, a primeros
de Febrero de 1923, se detuvo en Palestina, donde fue el invitado del
gobernador Herbert Samuel, interesado por el logro de los colonos, en especial
por la ciudad nueva de Tel-Aviv, no tardó en sentir las ya apreciables
tensiones entre judíos, árabes y el gobernador británico. Como en otras partes,
allí; constató el desacuerdo entre sus ideas y la forma en que los demás las
ponían en práctica. Por otra parte, como atestiguan sus notas de viaje, el
espectáculo de los fieles orando ante el muro de las Lamentaciones no le
impresionó favorablemente.
Dos años después de su viaje, en
un mensaje enviado con la ocasión de la inauguración de la universidad hebrea
de Jerusalén, al mismo tiempo que expresaba el “legitimo orgullo” que debía
inspirar esta creación, ponía claramente en guardia a los judíos de Palestina
contra toda deriva de un nacionalismo necesario, pero que debería defenderse
“del oscurantismo nacional y de la intolerancia agresiva”, de los que las
universidades europeas habían dado tristes ejemplos.
Las dificultades no tardarían en
aparecer: miembro del consejo de gobierno de la nueva universidad, y deseando
asegurar para ella una sólida reputación científica a pesar de sus modestos
medios, entró en conflicto con el rector de la universidad, J. L.Magnes, cuyo
proyectos criticaba (son “charlataneos”, escribe en una carta a Born) y
renunció en 1929, sin dimisión oficial, a ejercer sus funciones, que volvería a
retornar en 1932 tras las reformas introducidas por Weizmann.
Pero las revueltas de Agosto de 1929 en Palestina, en las que unos judíos fueron
asesinados por los árabes constituyeron un motivo de preocupación mas grave;
Einstein no solo se adhirió a la solicitud de gracia para los insurrectos
condenados a Muerte sino que se distancio de sus correligionarios sobre el
problema de fondo, invitándoles, especialmente en dos cartas a Weizmann, a una seria
reflexión sobre las posibilidades de la cooperación judeo- árabe, poniéndoles
de nuevo en guardia contra una deriva nacionalista e incitándoles a tener una
cierta desconfianza ante el protector inglés.
Escribió incluso en el diario nacionalista
árabe Falastin para defender la idea
de la cooperación judeo-árabe en Palestina, proponiendo a su director, que
había acogido favorablemente su mensaje, una original solución de las
dificultades, creando un “consejo secreto” formado por representantes
cualificados de las dos comunidades que trabajaría en un proyecto común al
abrigo de toda publicidad.
A pesar de todo, esto no le
impediría defender firmemente al mismo tiempo el proyecto sionista que él creía
era lo único capaz de devolver a la comunidad judía la conciencia de su
verdadera identidad, debido a profundas razones sobre las que tendremos ocasión
de regresar.
Einstein dejó Palestina (para no
volver nunca) en Marzo de 1923 y volvió a Europa por España.
Regreso a la SDN
Todavía hizo un largo viaje en
1925 a América del Sur, después hasta 1930, fecha en que comenzó su estancia en
Estados Unidos, se asentó en forma mas permanente en Berlín, a pesar de sus
numerosos desplazamientos por Europa, sobre todo a París en 1926 y luego en
1929, viaje en el que fue investido doctor honoris
causa por la Sorbona y dio unas conferencias en el Institut Henri Poincaré,
que acaba de abrir sus puertas. Parece que por entonces había recobrado una
cierta confianza en el futuro político de Alemania, donde la atmósfera estaba
mas tranquila.
Después de tantas contrariedades e
inquietudes, Einstein se volvía a encontrar en Berlín con las mismas
responsabilidades sociales y humanas ante Alemania y Europa que había aceptado
en el entusiasmo de la revolución de 1918: favorecer la democracia en el país,
cuya nacionalidad había recuperado, permitirle volver a ocupar su sitio en la
comunidad internacional, especialmente en el territorio científico y, sobre
todo (este era su compromiso ético mas profundo), militar por la paz.
Volvió, pues, al comité de la SDN en Junio de 1924 (“siendo
un poco mejor la situación nacional”), e hizo incluso una reseña bastante
favorable del trabajo de la comisión en el Frankfurter
Zeitung. En 1925, año en que se firmó el pacto de Locarno (en el que
Einstein vio signos de la vuelta a la cordura de los hombres de estado
europeo), se creó el instituto Internacional de corporación intelectual y Einstein aceptó pronunciar, el 16 de Enero de 1926, un
discurso en francés con ocasión de su inauguración.
Siguió interesándose por ello,
como prueba por ejemplo su intervención ante Stresemann, entonces ministro de
Asuntos Exteriores de Alemania. Para Einstein, el principal defecto del Instituto
era estar exclusivamente financiado por Francia y tener su sede en París, lo
justificaba las reticencias de sus compatriotas para tomar parte en la
cooperación internacional; así pues, en julio de 1929 proponía a Stresemann que
Alemania (e Inglaterra, pero mas tarde) participase en su financiación de forma
que un alemán pudiese optar al puesto de subdirector; formulaba la misma
propuesta en una carta a Painlevé del 9 de Abril de 1930, donde añadía que el
Instituto debería ser trasladado de parís a Ginebra para permitir mantener la
indispensable unidad y el carácter auténticamente internacional del organismo
(no había conseguido convencer a Plank de que apadrinase una comisión alemana
de cooperación intelectual). Y fue especialmente el Instituto quien fomentó- y
publicó en 1932- la muy notoria correspondencia entre Freud y Einstein sobre la
guerra.